jueves, marzo 28, 2013


Gustavo Tapia Reyes

LA MIGRACIÓN
COMO TEMA
EN LA POESÍA DE
HEBER OCAÑA GRANADOS



Según reflejan las frías estadísticas, en los últimos años, son miles y miles y miles los peruanos que, en busca de mejores horizontes -lo cual quiere decir ganar mucho dinero a costa de enormes sacrificios-, se han visto obligados a emigrar hacia el extranjero, siendo Chile, Argentina, Estados Unidos, España, Italia, Japón los principales destinos. Entre aquellos compatriotas, aunque sin duda, con una actitud diferente, pese a su condición de ciudadano tercermundista (o sudaca como se nos llama a todos los latinoamericanos por dichos lares), debemos ubicar a Heber Ocaña Granados (Huarmey, 1966), quien a través del poemario Cartas desde Madrid(2007) (*), hecho en gran parte con versos de arte mayor, a lo largo de 14 poemas de variada extensión,nos entrega su punto de vista, desperdigado en distintas auras, interpoladas al tema central de la migración, donde el hombre se va convirtiendo de a pocos en un desarraigado, no perteneciendo al entorno, circundándolo en cada día sino que se mantiene añorando la naturaleza de ese lugar donde, al nacer, por primera vez observó la luz del mundo.

Pese a todo, siendo un inmigrante más, tiene que empezar señalando la necesidad de forjarse un espacio propio, conforme es el caso del también ex Director del Instituto Nacional de Cultural (INC-filial Huarmey) y, para alcanzar ello, debe y está obligado a marcar una determinada parcela de territorio donde, construyendo su auténtico reino, le permita, cuando menos, sobrevivir. Por eso, luego de orientarse en la autodefinición de ser un auténtico luchador convicto y confeso: Soy el buen soldado de la distancia/ (p.26), sostiene decidido y amparándose en un tono manido de una terrible desolación, parecido al de Jesús en las Sagradas Escrituras, continua diciendo: Mi reino no es de este mundo,/ Donde el tiempo habita sin conmiseración/ Y con estupor,/ afirmando estrofas después la dura realidad de ser un esposo, padre, amante, que dejó a una familia residiendo en el terruño, amparado en la esperanza del pronto retorno para el glorioso reencuentro: Mi reino yace en la palma de tus manos vacías,/ Entre féretros impacientes y desnudos/ A donde algún día iremos a vivir/ (p.9), no resultándole tampoco fácil de asumir tal aseveración, aunque hallándose en la misma condición del resto, afirma queriendo diferenciarse: Yo tengo más horizontes que naufragios./Y debo seguir... seguir…/ (p.27), agregándole una alta dosis de burla y de cinismo, convirtiéndolas en herramientas para enfrentar, con la mayor tranquilidad posible, el impacto de ser un extranjero, no siempre bien visto en una Europa, acaso esporádicamente racista: Me río de la universidad que abandoné,/ De los estudios que dejé tirados por las calles de Lima./ De los poetas que se olvidaron de mí/ O de los poetas que yo me olvidé./ (p.24).
Quizás digamos para un joven con sed de aventuras o anhelando vivir los riesgos de la misma existencia, la inmigración sea apenas el eslabón de una larga cadena, a la cual se desea con cierta locura, propia de la edad. No es lo mismo para quien tiene el peso de los años encima, que sabe puede estar enfrente de una última oportunidad valiosa o, en su defecto, asumir un rotundo fracaso, sintiendo la soledad, la tristeza, la lejanía, aun cuando sabe -he aquí la certeza ante su desesperanza-que todo va a proseguir inamovible ante el avance de la cronología y ella, la esposa, estando en la enorme distancia geográfica, separándolos: Moribundo yo que no te veo./ Cómo se amontonan los años en tu vida./ Mal tiempo para ser feliz./ (p.15), sensaciones que vive al otro lado del charco, allende, en ultramar, donde se encuentra confinado, siendo un lugar específico: Y cada día estaciono mis largas esperas/ En Barajas/ Terminal dos/ (p.8), inclusive abjurando de sí mismo, de su propia naturaleza llevándolo por distintos caminos, desde su perspectiva no igualmente grata a pesar suyo y de cuanto hizo en espera de conseguir emerger del anonimato que entonces permaneció albergándolo: Por qué tuve que escribir versos/ Si mis horas de risas iban a morir/ (p.12), culminando en ser consciente que solo es un extranjero más, uno más queriendo ser tan distinto a cuanto otrora pudo ostentar o por alguna razón negó. Se halla viviendo en otra estación: Vengo para ya no ser poeta,/ Para volver a ser simplemente un ciudadano de mi patria./ Un hijo de mi tierra./ (p.13).

Todo el poemario tiene un claro tinte autobiográfico, imposible de soslayar. Ocaña Granados no disimula nada en absoluto y, a diferencia de lo que hacen muchos poetas creándose un alter ego, es él y solo es él desbordándose sin disfraces en procura de dar una válvula de escape a cada una de sus vivencias, primero habiendo sido hasta una especie de triple oficios (apenas cuando llegó a la tierra del poeta Antonio Gamoneda), evocando aquellos días donde se define fue: El que lavó vajillas en un restaurante madrileño,/ El que atormentado por el lenguaje vulgar y déspota/ Del jefe de cocina./ Yo, el inmigrante fregador y el jardinero./ (p.19) y, siendo un trabajador dedicado a cargar y botar lo que en el Perú se conoce como “desmonte”, en otra parte, llega a decir: Hoy estoy escribiendo/ A la belleza de los escombros/ A los humedales secos/ Y la herida de los huesos/ (p.7). También aparece la esposa como un fantasma doliente y, a la vez amparador, a partir solo de los recuerdos fluyendo con toda naturalidad: Yo no tendría por qué decirte nada/ Mi adorada Regina/ Si podemos ir a casa juntos/ (p.14), llegando a la más absurda conclusión, donde aquella dama, dejando de tener tal extremo, se torna en la encarnación de una nada más desesperante y el vacío más devorador -como la mandíbula de una ballena a Jonás-, cayendo en la angustia de dolorosamente comprobar que: La muerte es tu ausencia al otro lado del Atlántico./ La blusa sin escote que deja ver tus senos./ Un día sin verte por Internet./ (p.23).

Aunque las Cartas desde Madrid no están divididas en partes, podemos claramente encontrar un hilo conductor en torno al caro tema de la migración, solo estableciendo lazos que se inician con el poema de entrada para ubicarnos en: La espera del inmigrante, luego sigue con el lamento enfrente de lo anteriormente vivido en: De qué me sirvió ser poeta, se afirma después con el Poema a la belleza de los escombros, expresivo en tanto refleja en parte el diario transcurrir de aquel migrante, llámese el propio Heber Ocaña (o también cualquier otro), prosigue con su adaptación, asumiendo acaso la condición de pretender conquistar a la ciudad en: Yo cabalgo por tus calles,Madrid y culmina en la identificación plena de ser quien escribe, sabiendo incluso que le servirá de poco en el Poema del inmigrante en Madrid; mientras los restantes poemas se van engarzando alrededor de éstos, a manera de las ramas de un árbol sobre el tronco, sea dentro de la subjetividad expresada en Mi reino como en Sinfonía lenta para un amor ausente o La tarde mastica tu belleza, pasando por el tono aletargado, casi elegíaco de Campanas dobladas, el hondo pesimismo impregnado en Qué es la muerte y Yo no tendría por qué hablar de mi muerte y cerrandode manera impecable con No celebro nada con mi risa, a la par que Un bolero es … y Yo develo tu sangre con mi sudor, que en razón de su marcado carácter fragmentario, agregan poco a todo lo anterior, salvo por algunos versos extraíbles hacia el conjunto de lo mínimamente antologable.
En el mismo sentido, recordamos en junio del año 2007 en Huarmey, mientras desempeñábamos un cargo de confianza en la UGEL de la provincia del mismo nombre, apareció una tarde Heber Ocaña Granados que estaba de visita, presentándose en persona con su mirada nostálgica y palabras melancólicas, para sorpresa nuestra, a quien yo solo había conocido hasta ese momento por los mensajes intercambiados vía el Messenger, diciéndome a poco que su volumen Cartas desde Madrid, cuidadosamente editado, era la primera publicación con la cual se estaba intentando dar a conocer ante la comunidad latina residente en España, olvidando su participación en el Certamen Literario “Ciudad de Getafe” (2003), donde obtuviera un honroso reconocimiento. No era para ese entonces un advenedizo recién llegando a las letras sino alguien que realizara los estudios primarios y secundarios en la Institución Educativa “Inca Garcilaso de la Vega”, en una de cuyas paredes aún se conserva o se conservaba (creo) escrito en letras visibles uno de sus poemas, después siguió por unos años la carrera de Educación en la Universidad San Martín de Porres (Lima), especialidad Lenguaje y Literatura, habiendo fundado la Biblioteca Comunal “Obraje” y el Centro de Investigación, Información y Documentación de la Provincia de Huarmey que, aparte de publicar una serie de opúsculos referidos a su tierra natal, también se había dado tiempo para dar a conocer los poemarios Canción de los ancestros (2000) y Oscura habitación (2002).

Un notorio defecto en la poesía de Heber Ocaña es su descuido o su propensión a la adjetivación excesiva, olvidando que no necesariamente por incluir palabras como ornamentos se es más contundente. Muchas veces se puede arribar a la perfección de cuanto se quiere comunicar siendo lacónico o conciso. En resumidas cuentas, dicha opción extravía a Ocaña Granados, haciéndolo caer en la redundancia: Y tú todavía aún no has llegado/ o /Un frío que nunca jamás sentimos en nuestro barrio/ (p.8), donde está demás el empleo de dos adverbios de tiempo “todavía” y “aún” en un mismo verso, por cuanto ambos poseen una relación de sinonimia como en el caso de “nunca” y “jamás” que mantienen una misma categoría gramatical, aparte de también ser sinónimos o en el yerro de inclinarse por un cuarteto innecesariamente rimado, aunque suena monorrítmico en un poema, cuya estrofa anterior y estrofas restantes están hechas de versos libres: Son lánguidos sus ojos,/ Umbrosas sus cabelleras./ No guardo por ella enojos,/ Ni mucho menos sus toscas quimeras/(p.11). Otro defecto radica en su poca atención por contener el influjo de una realidad circunstancial que, siendo distante, continúa doliéndole, prosigue perturbándolo hasta llevarlo por el prosaísmo endureciendo peligrosamente el verso, cuando -como le pasaba al ilustre Neruda- al exponer ideas ingresa en callejones sin salida, mazacotes de prosa puestos en forma de versos: Me río de los déspotas del mundo mundial: de Bush, de Aznar,/ de la Lourdes sin flores, de la Lourdes sin beso,/ del Alan patilla blanca./(p.24). Le faltó ese trabajo indispensable de, empleando las tijeras, quedarse con la esencia, alcanzando la “condensación estética” de la que hablaba el ensayista mexicano Alfonso Reyes.

Sin embargo, queda mucho todavía por esperar en la poesía de Heber Ocaña Granados. No creemos haya dado lo mejor de sí en este libro ni que sus intentos se hallen limitados a quedarse solo en eso. Quizás aún esté andando un camino de largo aprendizaje y, aunque no siempre todos los que se van al extranjero, llevando la vocación literaria en la sangre, pueden o logran superarse de manera sorprendente (por supuesto, ejemplos hay muchos en todas las lenguas), esperamos en el caso del igualmente autor incluido en la Antología internacional de poesía amorosa (2006), preparada por Santiago Risso, haya un avance en sus posteriores entregas y sepa aprovechar bien los aportes que brinda el viejo continente a quienes con distinta sensibilidad suelen llegar hasta allí para habitarla. Es un reto sumamente difícil, lo sabemos, superar lo avanzado en procura de no estancarse, en tanto, salvo excepciones confirmando la regla, nunca obvie la certeza de que el gran Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, de haberse quedado en su natal Nicaragua, probablemente nunca hubiera llegado a la cima de la poesía universal.

(*) OCAÑA, Heber Cartas desde Madrid, Ornitorrinco Editores, Lima, 2007. De esta edición hemos extraído las citas de nuestro ensayo.


8 comentarios:

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