Cuento publicado en la tercera edición del primer periódico sobre la historia de Huarmey, edición diciembre 2016.
(Cuento de Heber Ocaña Granados)
En
la mesa del comedor de casa, con su mantel de plástico y sus sillas huaracinas,
las tres comidas del día tenían su oración. Papá solía pedir la bendición del
desayuno, con una breve entrada de un cántico clásico en los templos
protestantes y católicos; el almuerzo como que no tenía su oración, salvo las
veces que mamá no iba al mercado de abastos de la ciudad y las veces que papá
no estaba en casa, lo hacía su esposa. Era un momento de concentración y de
agradecimiento de parte de mis padres hacía su creador, según escuchaba en sus
oraciones. Para mí era el momento de echarme una pestañadita, mientras duraba la
oración.
Cuando
la abuela materna llegaba a casa con su pesado cuerpo y su carácter agrio,
malhumorado, era cuando podía dormir más tiempo a la hora de pedir la bendición
de la comida. Me concentraba unos cuantos segundos para ubicar al sueño y
dormir, lo hacía con tanta placidez, que deseaba que la abuela siempre visitara
la casa, aún cuando su llegada no era del todo de mi agrado.
La
abuela era una ferviente cristiana, de esas que los incrédulos o apostatas,
llaman evangelistas. Fundó una congregación de evangélicos en el barrio en
plena tragedia de mayo del 70, cuando unos gringos llegaron trayendo ayuda
material: La Churc Word Service o Servicio Mundial de Iglesias en español.
Ellos venían de EE. UU. Cuya doctrina colindaba con la fe de la abuela y sin ni
más, junto a ellos y con ellos, fundaron lo que sería, el viejo templo
“Aposento alto”, se trajeron a un joven predicador de Chimbote que hizo las
veces de pastor, para que cuidara al nuevo rebaño que se había formado en el
barrio. La abuela se hacía llamar muy espiritual, hasta a veces, nosotros
creíamos que llegaba al fanatismo religioso, pero aún así visitaba la casa; a
papa y en consecuencia a su hija, la esposa de mi padre, les había convencido
para formar parte de su prospera congregación, el yerno fue el primero en caer
en la tentación de seguir los pasos de la suegra, luego vendría la hija, se
despojaron del viejo hombre y se fueron a seguir las pisadas del maestro, como
decía contenta la abuela. Alardeaba de
haber traído una oveja al rebaño de Cristo y por haber convencido al yerno y
sacado de sus mataperradas, de sus borracheras sabatinas, pero lo que nunca se
ufano, -al contrario se rindió a más no poder-, fue por el hijo de ella, que
jamás logro convencerle de su doctrina. Lo había considerado un caso perdido y
de eso se lamentaba en sus oraciones.
La
abuela llegaba a casa, y mamá le invitaba a compartir la mesa del comedor y a
la hora de empezar a coger los
cubiertos, ella daba la iniciativa y empezaba su larga oración, que el nieto
shotin, siempre supo gastarle una broma por su acústica y extensa plegaria.
Como antesala a su oración, ponía la nota con un corito, que sus letras son
universales: “gracias te damos oh padre nuestro / por esta vianda que nos has
dado / hoy en tu nombre nos serviremos / gracias te doy Señor Jesús –y repetía-
Gracias te damos oh padre nuestro / por estas viandas que nos has dado / hoy en
tu nombre nos serviremos / gracias te doy señor Jesús.”
Y
empezaba la oración, con su potente y afilada voz que cortaba al viento de un
solo tajo:
“Padre
nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venimos ante ti
señor, para que bendigas estos alimentos y bendigas también las manos de quien
los ha preparado, bendigas a ésta casa y quienes la habitan, a mi hija, a mi
juancito –el yerno- señor, bendícele en su trabajo, que no le falte un pan día
a día, a sus hijos, a juañica señor, que está lejos de aquí, a gomercito, -yo
esperaba que mencionara mi nombre- a todos mis nietos señor, guárdales en todos
los días de su vida. Sí señor, bendice estos alimentos y comparte con los más
necesitados, con los hambrientos, con los menesterosos, con los enfermos, con
las viudas, con los niños, con los encarcelados, con los hospitalizados, –
quedaba poca comida para los que restaba mencionar- con los huérfanos, con los que sufren persecución por culpa de
tu evangelio, con los pastores, con tus hijos que llevan tu palabra por el
mundo entero, con todos ellos señor comparte estos alimentos, y prodiga de éste
pan, para que todos ellos no pasen hambre señor. Y compártenos tu pan de vida, pan celestial,
pan del cielo, pan vivo, pan espiritual, pan que libera, pan que llena, pan que
otorga vida. Gracias te damos señor, por estos alimentos y bendícelos señor,
por los siglos de los siglos, amen, amen. – y remataba su oración, diciendo:
Gloria a Dios, Gloria a Dios. Gloria a Dios. Ya podemos servirnos, decía al
final.
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